La última vez

Esta es la última vez. – se dijo al despertar mientras miraba el techo unos minutos resistiéndose a enfrentarse al mundo.

Como si su cama fuera su trinchera. Como si solo poner un pie en el suelo fuera a revivir todo de nuevo.

Lo salvaje.

Las luces borrosas en la noche.

La demencia.

Era muy temprano aún, con la luz todavía apagada de la mañana, dejando su habitación en una semioscuridad que dejaba entrever lo que parecía un nido. La guarida de alguien fuera de sus cabales.

Decoración inexistente.

Solo miseria y sobras.

Piezas de ropa sucia de varios días, o quizás semanas, cubriendo cada mueble.

Latas y tetrabriks vacíos amontonados en un rincón.

Una planta de color ya amarillo marronáceo, con una triste flor marchita. Una de esas cosas de los días buenos. En los que se descubría con una invasión de nobles propósitos. Objetivos que a larga no daban más fruto que alimentar a los ácaros del polvo. Como aquella vez que se compró un bono para el gimnasio y se comprometió a ir al menos una vez semanal. Finalmente, caducó sin un uso.


Se levantó despacio.

Apoyó las manos en sus rodillas.

Otro vistazo a su alrededor.

Olor a leche rancia y… ¿a qué más? a queso quizás. No recordaba haber comido queso en mucho tiempo. De hecho, lo aborrecía.

Le vinieron unas fuertes arcadas pero se contuvo, quedándose tosiendo y con los ojos llorosos.

Se detuvo un segundo más antes de levantarse de la cama por fin.

A su mente llegaron como flashes algunas de las frases que tanto se oía en las terapias.

Cada día es un nuevo comienzo. No hay nada imposible. Tú puedes.

Todas esas frases repetidas, vacías, carentes de sentido para su ego. Mantras que a otros parecían reconfortar. Lo veía en sus ojos. Brillando, esperanzados, tras cada sesión. Como si de verdad pudieran cambiar algo en sus vidas. Siempre le parecieron ilusos. Inocentes. Quizás niños de clase media-alta que un día se vieron envueltos en algo turbio. Pero de buena cuna, al final, por lo que era de esperar que tomaran el buen camino más tarde o más temprano.

No era su caso. En el fondo sabía que eso no iba con su persona.

Pero allí estaba. No podía negar que a veces le asaltaban días en los que se veía con plena convicción de poder superarlo. Y después de todo, esas palabras de ánimo de las sesiones se le habían quedado dentro. Habían resaltado en la oscuridad de su mente como carteles de neón enormes. Algo se le había quedado incrustado en el cerebro tras años de rehabilitación.

Algo es algo, pensó. Llegados a ese punto, ya no albergaba grandes esperanzas en su mundo cada vez más gris, pero tenía a veces una ilusión mental de imaginarse en una vida mejor. Quizás si las cosas hubieran sido distintas…


Dio un resoplido y estiró los brazos, sintiendo entonces las agujetas y el cuerpo dolorido por zonas.

Lo primero sería recoger todo el desorden. «Un buen día empieza con la cama hecha y la loza fregada«, resonaba una voz lejana en su cabeza.

A ello voy, nana.

Fue a coger sus gafas de la mesilla de noche y con el halo de luz que entraba entre las cortinas a medio correr, se vio las manos.

Lo primero es lo primero.

Fue al baño, y sin mirarse en el espejo, se limpió bien la sangre de su novena víctima.

Hoy pongo el contador a cero, de nuevo. Supongo.

Reloj de arena con hombre dentro

Cuestión de tiempo…


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_Llaysha_

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