Frenó el coche bruscamente a un lado del camino. Salvo algún vecino nuevo con ánimo de explorador, o los ciclistas que cada vez se encontraban más a menudo invadiendo las carreteras, pocos conocían aquel lugar.
Estaba algo apartado y oculto, en un camino sin asfaltar y sin iluminar, en un lateral de una colina, y para llegar a él había que atravesar un bosque. Pero no era así para Antonio, que había vivido toda la vida allí y había visto su crecimiento con sus propios ojos. Conocía cada recoveco de las carreteras que habían ido extendiéndose como ramas en el terreno.